Ego es una palabra de origen latino para
referirse al yo, cabe resaltar aquí nuestra dependencia
absoluta de la cultura romana con todas las consecuencias que eso conlleva de
negación inconsciente del resto de culturas o posibilidades de percibir la
realidad. Se define como la unidad dinámica que constituye el individuo
consciente de su propia identidad y de su relación con el medio; esta sería una
definición académica.
A su
vez entendemos por egoísmo como la actitud de una persona que sólo piensa en
sus intereses sin preocuparse por los demás.
Es a
partir de Freud y del psicoanálisis
cuando los términos ego y egoísmo se popularizan, las definiciones sobre el ego o el yo son infinitas debido a la
imposibilidad de conceptualizar algo, si es que existe, de carácter ilimitado.
Podemos
resumir la aproximación al ego a partir de Freud como una ideación con el objetivo de representar las características de nuestra personalidad o sea de ti misma.
El termino ego y su acepción totalmente
aceptada como identificación al yo, a la persona, no deja de ser una ideación,
un concepto creado, un símbolo para representar algo del que desconocemos su
contenido y extensión y del que sólo podemos conocer su expresión. En ese caso
como establecen las filosofías orientales es algo que carece de sustancia o
incluso de existencia, al ser dinámico, es decir cambiante y desconocido.
En espiritualidad popular nos encontramos
que se ha producido una transferencia desde el ego como intento de
representación del yo a ego como parte de mi personalidad que me ata al
sufrimiento y que debo arrinconar. Si bien el ego es un intento
de representarnos o identificarnos, en espiritualidad popular se ha convertido
en algo contra lo que luchar, justificando la innata lucha contra nosotras
mismas. En eso mismo inciden los conceptos de ego sano, sanar el ego, etc.
Si el ego es un representación mental de
nuestra personalidad ilimitada, podríamos decir que el egoísmo es simplemente
la expresión de nuestro yo o de nuestra personalidad, ante la connotación
negativa del termino egoísmo nos encontramos que la expresión de nuestra
personalidad es algo negativo y a evitar, esta interpretación
subliminal es muy del interés de todo tipo de organizaciones de poder, ya sean
políticas, económicas o religiosas.
Si
partimos de que el ego, el yo, es la expresión de nuestra personalidad, una acepción liberadora de egoísmo sería la
de aquella persona atrapada dentro de su mente frente a la de aquella
persona que solo piensa en sí mismo, en su propio interés. Llamando la atención
que pensar en sí mismo, es un símil de estar en sí mismo, es decir estar sólo
en su mente y ser incapaz de ver las cosas de otra manera diferente que a la
forma que ella las ve. Es decir ser
egoísta es creer y actuar conforme a la idea de que todos piensan como yo, que
perciben la realidad de mi misma manera y por tanto se deben de comportar como
lo haría yo. Sería la expresión a nivel individual del pensamiento único
que nos domina a nivel mundial.
Por tanto lo sano es el Amor Propio, quererse a una misma, reconocerse en todas sus partes y valorarse en su justa medida. Ser una misma olvidándose de si misma.
El ego y la práctica espiritual:
Cuando
comenzamos una práctica espiritual se produce un fenómeno, que puede parecer
contradictorio, pero sobre el que el maestro Deshimaru insistía mucho: “cuando
comenzáis a hacer zazen (Contemplación sentada) debéis de tener cuidado porque
vuestro ego se fortalece.”
¿No
era el ego la fuente de todos los males?, ¿Cómo es posible que meditar lo
fortalezca?; la respuesta es sencilla, cuando empezamos un trabajo de
introspección, cuando meditamos,
comenzamos a observar nuestro interior, empezamos a vislumbrar como somos, cual
es el origen de nuestros traumas o bloqueos emocionales; empezamos a solucionar
cosas, primero en pequeña medida, empezamos a aceptarnos en pequeñas facetas y
nuestro maltrecho ego por consiguiente se fortalece.
Comprendemos algo muy importante, que para
transcender nuestro ego primero tenemos que sanarlo, y hacernos íntimos con
nosotros mismos, es decir aceptarnos en nuestra forma de ser.
Muchas
veces el trabajo espiritual no basta, a veces las heridas de nuestro ego no
pueden sanarse solo comprendiéndolas, sino que hace falta una ayuda exterior,
como pude ser terapia psicológica, regresiones, respiración holotrópica,
constelaciones familiares, sanaciones, etc.
Pero
al final la decisión última es nuestra, decidir solucionar nuestros problemas y
dar el paso de abandonar las
características de nuestra personalidad, mecanismos de defensa surgidos durante
nuestra infancia y que tienen su origen en el bloqueo que sufre nuestro impulso
primario de búsqueda de la felicidad absoluta, que todos traemos al nacer, ante
las represiones a los que somos sometidos por la sociedad neurótica en la
que tenemos que desenvolvernos. El ego es un formidable mecanismo de defensa;
las características de nuestra personalidad son la coraza, que nos defiende de
las agresiones emocionales que recibimos en nuestra infancia; pero también son
los barrotes de nuestra cárcel de oro, que nos impiden relacionarnos
correctamente con los demás, y mantienen preso a lo más valioso de nuestro ser,
la posibilidad de expresar nuestra autentica naturaleza, nuestro carácter
divino.
El
ego, el yo, es como un caballo salvaje al que queremos domar, dominar... y si
no entra en razones eliminar.
Sin
caer en la cuenta que, quizás, solo tenemos que sentarnos a observar como corre
por la pradera.